Ozark: Una excursión moderna a lo siniestro-cotidiano

Hace tiempo venía acumulando pendientes de esta vida ingrata de pandemia, y le tocó el turno a Ozark, la serie de 3 temporadas que se despliega bajo la mano experta de Jason Bateman. Antes que nada, solo mencionar que es demasiado pesado que te emparenten con «Breaking bad», no solo por lo particularmente sombrío del género narco-thriller gringo , sino por la vara inalcanzable que se fija de entrada al tramar comparaciones de ese tipo.
Analogías y varas ajenas al margen, Ozark en estas tres temporadas ganó blasones, a mi entender, por méritos no solo propios, sino valorizados un poco tardíamente por una audiencia quizás más atenta a la posibilidad de desacreditar tempranamente lo que se parece en algo a otra cosa pero no es esa otra cosa, que a la apertura y el disfrute de las vueltas de tuerca de lo que se ofrece sin necesidad de andar recordando y ranqueando predecesores.
En buen criollo, que Ozark tiene algo, solo algo de BB, pero deriva en otra cosa bastante distinta por miles de detalles muy relevantes.
Marty Byrde, el bueno de Jason Bateman, actor y también director de varios capítulos es, claro, un lavador de plata que de repente pasa a trabajar para los narcos de un cartel mexicano poderoso y que debe darle volantazos muy poco ortodoxos a su existencia algo anodina en Chicago. Ese cambio, esa entrada progresiva a otro tipo de existencia, lo desliza perceptiblemente hacia lo siniestro bajo la mirada atenta de su esposa Wendy (la genial Laura Linney) y bajo la ternura y compañía cada vez más demandante de sus hijos Charlotte (Sofia Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner).
La cosa es que por cuestiones de pellejo y negocios que el spoileo impide detallar, la familia emprenderá un viaje iniciático hacia el sur profundo y terminará en un pueblito de Missouri llamado Ozark, a la orilla de un lago enorme que nos recordará bastante al delta del Tigre para quienes somos de estos pagos. Para mi sorpresa el pueblo y el lago existen, más allá de que son el perfecto Macondo para que esta familia descubra las delicias y pesadillas de ese reaccionario y a la vez surrealista sur de Estados Unidos que tanto nos deleita en las pelis de Eastwood.
De aquí en más Byrde nos guiará, como Virgilio, por esa maraña de crueldades, prejuicios y secretos de esa vida furtiva que intenta sostener aunque amague con venirse abajo todo el tiempo, pero contará, y hasta trastabillará seriamente, con las ambiciones de empoderamiento de Wendy que diluirán progresivamente la frontera ente el bien y el mal hasta hacerla invisible.
Predicadores lunáticos, policías corruptos y megalómanos, ladrones y timadores desclasados, cosechadores de amapolas que parecen salidos de la Masacre de Texas, abogados y sicarios inescrupulosos que te hacen la cruz mientras se esfuerzan en sonreirte, y el aire fatal de un lago más parecido a una mortaja que un lugar en donde vacacionar.
A mi entender, hay algo muy potente y muy creíble en las transformaciones emocionales y éticas atravesadas por los personajes que rodean a Marty y al propio Marty, y es que la mayoría de las hijaputeces que todos cometen están amparadas consistentemente en discursos sobre la lealtad, la necesidad, el crecimiento personal o el amor a los propios. No existe en la serie mal absoluto, ontológicamente definible como tal, y este es, por supuesto, el salvoconducto para que las mayores bajezas se cometan amparándose en reglas de costo y beneficio que pocos discutirían abstractamente en su validez.
Además de este combo, una dirección impecable, una escenografía llena de poesía rural y hasta una banda de sonido a la que hay que prestarle atención. Las actuaciones, quizás con algunos puntos bajos en algunos personajes secundarios, están sustentadas sobre todo en la magnífica columna vertebral que forman Bateman y Linney, en la extraordinaria Julia Garner (Ruth) y en la para mi magnética Lisa Emery (Darlene Snell). Altísimamente recomendable esta serie, para degustarla de a poco porque viene en dosis fuertes. 9/10 Micelis

Deja un comentario