Pedro Páramo y la poesía en prosa

«La madrugada fue apagando mis recuerdos. Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.»

Terminé de leer hace unos días «Pedro Páramo», de Juan Rulfo, y puedo describir su lectura como una aventura rara y llena de altibajos, pero que lo deja a uno contento, en parte, por el complejo desciframiento de formas y contenidos que amerita. Contexto latinoamericano, guerras cristeras posteriores a la revolución mexicana, pero, a la vez, audaz pretensión de universalidad por donde se lo mire, porque Comala es intemporal y contiene, en su realidad, a todas las posibilidades del comportamiento humano.

Semblanza cruel del caudillaje, realismo mágico, México profundo y rural, y muertos conviviendo con vivos en todos lados y a toda hora, en una alquimia que cuesta advertir y a la que cuesta seguirle el rastro por más atención que uno ponga.

Desde ya que no soy un experto en análisis literario, pero el grado de vanguardismo que muestra este texto escrito en los años 50 del siglo pasado es tal que no hay descansos ni recetas fáciles si uno pretende asumirse como un lector atento a la trama. Cambios continuos de voces narradoras, superposiciones temporales inadvertidas, mezcla sistemática del plano onírico con el consciente, flashbacks, todo integrado de manera no forzada, fluyendo y dispuesto a partir de una economía y precisión verbal que en su momento Borges no pudo pasar por alto.

Atando cabos, y sin ser original, diría que es lo más cercano a la poesía de la muy buena que uno puede leer como texto en prosa. Para degustarlo, para volver a sus páginas pudiendo interpretar y descubrir cosas nuevas aún después del recorrido hecho.