CRONICAS DEL COVID-19 (2) 31-3-2020

Continúo con el no-diario que parece un diario. Desde que escribí la primera reseña, pasaron 11 días, pero tengo la sensación de que fueron seis meses por lo menos. EL mapa de la Johns Hopkins nos recuerda que el relevamiento de muertos e infectados sigue y que, por varios motivos, tampoco resulta confiable. La punta del iceberg, te dicen. Diez infectados por cada uno que ves. El regocijo perverso de un valor que no se sabe pero que es mucho peor que lo que se cree. A esta hora, 22:35 del 31 de Marzo, casi 860000 infectados y más de 42000 muertos. Terminé de ver recién 1917, la peli de la Primera Guerra en la que dos soldados reciben la orden de entregar otra orden (no vale la redundancia), a kilómetros de distancia, para detener una ataque aliado sobre los boches (alemanes), que es una trampa planeada hace meses por el enemigo. Las peripecias del cabo me remiten a este momento, con la sobredosis de un heroísmo bien distinto de todos cuanto nos rodean. Las comparaciones con una guerra convencional son odiosas, arbitrarias y en algunos casos hasta bizarras por el vocabulario que implican, pero tal vez comunican algo de lo que uno siente.
La verdad, tengo un miedo enorme, bien jodido, no tanto por lo que me pueda pasar, aunque si, sino por la posibilidad de que le pase algo a la gente que más quiero. Miedo, e incertidumbre, como el cabo en la película. No se sabe cuándo termina esto, la manera en que termina, y cuanto habrá que batallar (si, no existe otra palabra) para que el final sea posible. Todo se sucede con un vértigo ridículo para la situación. Confinamiento estricto, pero la mente vuela y construye, cada día, escenarios que no dan descanso. Me detengo en la progresión de la curva, y establezco que 1,12 es un buen valor para estimar los infectados de mañana. Reanalizo los números, y me da 1.09, 1.10, o parecido. Intento darle precisión a algo que se vuelve volátil al segundo. No se puede confiar en estos números, aseguran los que saben, y uno necesita confiar en algo. Frases y mantras incuestionables, como aplanar la curva, mantener la calma, hacer cosas sanas, escuchar música, no deprimirse, etc., forman el cortejo de necesidades de la epopeya del encierro. Reflexiono sobre lo prescriptivo de estar bien, y me parece una exigencia desmedida a la que a la vez que le encuentro sus razones. Ese es el problema, las cosas razonables por separado suenan y son razonables, pero su acumulación nos puede saturar rápido.
Se me ocurre que el enfoque de la pandemia deber ser regional y no nacional, porque algo se me tiene que ocurrir en este momento de mierda. Si no se me ocurre algo considero que el día no pasó. Tranquilidad, sigue recomendando la gente ubicada. Aunque los leo, me los imagino con tono televisivo y profundo, como dominando la escena. El tiempo se sucede y los conteos de todo tipo pierden sentido; las veces que saco a la perra con timidez al exterior, las que consulto internet para ver como la criatura extiende sus tentáculos, aunque no sea sano centrarse en este aspecto de la cosa.
Laburo desde casa, como puedo, en un intento de eso que llaman teletrabajo que tiene la virtud de agotarme más que el trabajo a secas. Ya ni me acuerdo cuando, veo, a través del balcón, como la policía echa de una casa al novio de la dueña del lugar. El pibe, aunque está más o menos bien vestido, dice vivir en la calle y necesitar un lugar para quedarse. La cana lo sube al patrullero y se lo lleva sin dejarlo hablar demasiado. Desde el balcón indiscreto registro otra escena en la que un camionero se queja con la cana de que no le dejan usar su vehículo, y enfatiza que «así se muere de hambre». Señalando cordialmente a dos policías mujeres y un varón, les reprocha que a ellos no les pasa eso porque les paga el estado. La respuesta de ellos es que se están exponiendo para bien de todos. El tipo, de contextura bien gruesa, se retira gesticulando y sin darles la razón.
Creo que si encuentro ganas, seguiré con la reseña en otro momento, contando las cosas como hace el cine de ahora, yendo y viniendo en la trama, no porque sea una decisión estética, sino porque de alguna forma el transcurrir de las cosas se ha vuelto único, homogéneo, sin dobleces, y no queda otra que acoplarse a la ola. #CronicasdelCOVID19

CRONICAS DEL COVID-19 (1) 20-3-2020

Nada original escribir un diario, medio mundo lo hace. Solo que esto no es un diario, es una catarsis nocturna a la que le busco una estructura, un sistema. Por ahí no sigo, que se yo. Nadie en estos momentos puede garantizar nada, menos voy a garantizar seguir escribiendo, me digo a mi mismo.
Me cuesta mucho creer lo que está pasando, y tengo una sensación de irrealidad como nunca antes tuve o recuerde. Quizás el derrumbe de las Torres, en Septiembre de 2001, me produjo esa sensación comparable de ruptura de la normalidad o de lo esperable. Mucho Resident Evil, Walking Dead, pero la misma idea de que esto está ocurriendo en todos lados no la puedo digerir. Cierres de fronteras, gente recluida recelando de cualquier contacto, mercados que se derrumban sin que sorprenda o interese demasiado. En fin, es un tipo de cotidianeidad para la cual ni Netflix nos preparó. En un momento de la tarde de hoy, recostado en el sofá, y en el trámite de terminar de ver una película de terror que me enganchó más de lo esperado, me dormí durante un momento, y cuando desperté, de verdad dudé del nivel de realidad de lo que estábamos viviendo. No fue una duda muy larga, pero duró lo suficiente como para que al cerebro le doliese asumir lo que estaba pasando sin sufrir una especie de estremecimiento, de sacudón de esos que dejan huella en lo corporal. Nos dispusimos a comprar unos pocos víveres con Ivette, sacando a la perrita a la calle, y el panorama me shockeó de verdad. No solo por la soledad casi absoluta de esta parte de Barracas, sino por la actitud sombría, desencajada, de quienes vi haciendo cola en los poquísimos lugares abiertos. Se huele, claro, el miedo en el aire, la resignación y la necesidad de atajar un enemigo que no se sabe en donde puede acechar. Lavandina, alcohol, cambio de prendas, precauciones que no convencen demasiado pero que maquinalmente uno respeta. De repente pienso que es mi subjetividad, ya que soy melancólico y no me cuesta percibir cuando la tristeza cala los huesos de mis semejantes como un cuchillo. Pero no es solo la tristeza esta vez, es algo más, es la incertidumbre que transmite y contagia el temor profundo. De vuelta de la brevísima excursión, ubicado en el refugio y sometido de nuevo al bombardeo de números y curvas de infectados y muertes, compruebo la inevitabilidad de la hidra cuya presencia es imposible evadir. Ese tablero de control general, con números en rojo que suben y se consolidan, le da un tono casi lúdico a algo que no lo es. Advierto el peligro, casi la inmoralidad de un disfrute que no quiero alimentar. Siempre me gustó chequear y comparar la oscilación de las series numéricas como si ellas escondieran unos patrones que solo el ojo experto puede mapear. Veo que Italia se desbarranca a paso firme, que China se mantiene, y que toda Europa Occidental y Estados Unidos se desmadran en cifras que cada vez meten más miedo. Trump, Bolsonaro y los ingleses se desdicen, se ponen barbijo y tienen que hacer piruetas para salirse de la soberbia de hace unas semanas. Por acá, solo por ahora, «Winter is coming», como decían en Juego de Tronos. Espera tensa, casi con la lanza y el escudo bien sujetos, como aguardando la embestida. Escepticismos, canchereos y falsos profetas son dejados de lado. Sin embargo, pienso finalmente, celebro vivir acá, en un país que intenta tomarse las cosas en serio, con errores y gente que confunde vacaciones con aislamiento, pero con otra mucha gente que por una vez no minimiza el tamaño de la amenaza. No es poco, me convenzo. De hecho, es lo que puede hacer que esta pesadilla dure lo menos posible y nos atraviese de la manera más leve. Buenas noches, espero de verdad que duerman bien. #CronicasdelCOVID19