A mi entender, estamos ante un excelente libro que incursiona de manera muy poco común en el análisis biográfico, sociohistórico y técnico de cinco ecuaciones que resultaron clave en la evolución y aplicación de aquello que en occidente llamamos conocimiento científico.
Michael Guillen, que es periodista científico, físico y matemático de formación, aborda de una manera novelada, muy poco contracturada y con muchísima vocación didáctica, el contexto histórico, el desarrollo y las múltiples aplicaciones de estas fórmulas, trascendiendo su dimensión matemática e instrumental y adentrándose en su significación intelectual profunda.
En «Newton y la Ley de Gravitación Universal», por ejemplo, el marco biográfico e histórico que da sentido a uno de los más geniales aportes a la física moderna, es propuesto desde lo aparentemente secundario, las anécdotas escolares de Newton, hasta desembocar en una valoración compleja de la ley de gravitación universal y lo que significó en el contexto más amplio de la lucha del abordaje científico de la realidad en oposición a la cosmovisión religiosa.
El estilo de escritura de Guillen tiene, sin embargo, una inevitable debilidad que deviene de un psicologismo intenso que por momentos excede los límites de la inferencia razonable y se torna necesariamente especulativo.
En ese mismo capítulo llega a afirmar, por ejemplo, que:
«En las décadas siguientes, la esfera de los intereses de Newton se ampliaría desde los molinos de viento hasta el conjunto del universo. Pero en él habría una cosa que no cambiaría: encontraría a otros antagonistas (u otras personas a las que consideraría como tales) y en todas las ocasiones su obsesivo deseo de revancha y de obtener aceptación le impulsaría a obtener una comprensión sin precedentes del mundo natural.»
Asumido este tipo de licencias narrativas, que no son escasas en el libro, el despliegue de cada escenario vinculado a cada una de las ecuaciones -además de la ley de la gravitación universal de Newton; la de la presión hidrodinámica, de Daniel Bernoulli; la de la inducción electromagnética, de Faraday; la segunda ley de la termodinámica, de Clausius, y la teoría de la relatividad especial, de Einstein- atrae por la combinación muy atractiva de contenido complejo y desarrollo simple.
El máximo virtuosismo, creo yo, aparece cuando el autor aborda temáticas como la medición del calor, el papel y la naturaleza de la electricidad, la idea de un sistema físico que tiende al equilibrio o las complicaciones que conlleva la medición del caudal de cualquier fluido. En estos casos, el trasfondo empírico y técnico que permite la aplicación de las ecuaciones es más relevante que la explicación de las fórmulas en sí mismas.
Estamos bastante acostumbrados a desmerecer la dimensión intelectual y filosófica del devenir científico, que es concebido muy frecuentemente, sobre todo desde las ciencias sociales, con un mero valor instrumental o de resolución de problemas. Zizek o Byung Chul Han se autoproclaman intelectuales en la actualidad; Sartre, Russell o cualquier filósofo de los últimos dos milenios se suman a este panteón, pero difícilmente tenemos en mente o nos parece central la dimensión creativa e intelectualmente especulativa de Newton, Faraday, Bernoulli, Clausius o Einstein.
En ese sentido lo que Guillen aporta, casi en la misma línea de aquella aventura que fue «Cosmos» de Carl Sagan, o la remake más reciente de Neil deGrasse Tyson, es una valoración detallada, conceptualmente rigurosa y no metafórica de los descubrimientos científicos y su escenario de surgimiento.
Más que el desfile enciclopédico de ideas, lo que el autor propone, y a mi entender logra por amplio margen, es que comprendamos y nos sorprendamos del nudo analítico inquietante que cada una de estas ecuaciones aborda.
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Yuval Harari, ni animales ni Dioses, solo humanos que cooperan
Terminé de leer, hace ya casi cuatro meses, el libro de Yuval Harari «Homo Sapiens, de animales a Dioses. Breve historia de la humanidad». Me queda de este libro un buen balance en el sabor de boca final, a pesar de algunas simplificaciones todoterreno, flojas de papeles, y cierta pasión especulativa que pasa por alto bastante evidencia arqueológica, paleoantropológica e histórica que podría relativizar muchas de las afirmaciones que tira sobre la mesa.
Harari, cuya formación de base es la de historiador, a su vez estudia o más bien «repasa» la historia de humanidad, desde la evolución de las especies más antiguas hasta el siglo XXI. El libro está dividido en cuatro partes: la revolución cognitiva, la revolución agrícola, la unificación de la humanidad y la revolución científica.
Si hay una tesis desafiante, que recorre todo el contenido, es la idea de que el Homo Sapiens es la única especie capaz de cooperar flexiblemente a gran escala gracias a la capacidad de creer en entidades que tienen una existencia meramente imaginaria, como los dioses, los países, el dinero o la idea de que existen derechos humanos universales. Estas entidades, aunque son «ficcionales», permiten instalar dinámicas de confianza, pautar objetivos y aspiraciones que trascienden a las personas individuales, y posibilitan, a la larga, procesos de autoorganización que sin su existencia se tornarían imposibles.
Hay que decir que, en el desarrollo general que el autor plantea, el desfile de ideas controversiales se torna no solo inquietante sino, por momentos, difícil de integrar en una única secuencia. Algunas de sus propuestas cuentan con bastante evidencia arqueológica, paleoantropológica y paleobotánica de apoyo, pero otras califican, sin exagerar en la crítica, como deslices de su propia idealización subjetiva e ideológica.
Repasando, creo que resultan razonablemente avaladas por pruebas científicas las ideas que hacen eje en que:
- Los sapiens prehistóricos parecen haber llevado a las otras especies del género homo (todas humanos), como los neandertales, a la extinción;
- Estos mismos sapiens serían los responsables de la extinción de la mayor parte de la megafauna original en Australia y en América cuando llegaron allí;
- La revolución agrícola, que se inició con la promesa de mejorar las condiciones de vida, resultó ser en realidad una especie de «trampa» para la mayoría de las personas, si bien multiplicó la población humana;
- La agricultura se originó en al menos cinco sitios independientes distintos, y no en uno solo;
- La dieta de los cazadores-recolectores era más variada que la de los agricultores.
Sin embargo, otras nociones que despliega dependen, en su fundamentación, de creencias y valoraciones que pueden fácilmente no compartirse en un análisis crítico, y entre ellas están:
- Los cazadores-recolectores fueron más «felices» que los agricultores que los sucedieron, sin que ello implique que sus vidas fueran necesariamente «mejores». Resulta, desde ya, imposible verificar esto sin participar de ideas muy modernas de lo que es la felicidad o el bienestar;
- El «imperio» ha sido el sistema político más exitoso de los últimos dos mil años; De nuevo, la idea de «éxito» es bastante borrosa en su despliegue en el texto, y refiere sobre todo a la capacidad de sostener una expansión viable durante un lapso relativamente largo;
- La gente no es mucho más «feliz» hoy que en épocas pasadas, No hay forma de evaluar esto saliéndose de la subjetividad de autor. El tratamiento de este punto, que podría basarse, por ejemplo, en algún procedimiento comparativo pensado para situaciones históricas distintas, brilla por su ausencia.
En una tónica distinta, las ideas que sostienen su argumento básico se realimentan correctamente entre sí y forman parte de un «esqueleto» conceptual que organiza con bastante potencia el texto:
- El dinero es un sistema basado en la confianza mutua; no se trata de que cada individuo crea en el dinero, sino de que crea que los demás creen en el dinero;
- Los sistemas políticos y económicos son en realidad religiones, más que teorías o ideologías económicas. Son religiones en el sentido que su «eficacia» depende de un conjunto de creencias compartidas;
- Gran parte del éxito de Homo sapiens, como comentamos arriba, se debe a su capacidad de cooperar a gran escala, lo que consigue principalmente a través de los mitos creados compartidos por todos como el dinero, el imperio y las religiones;
Finalmente, hay espacio para la toma de posición y hasta cierto «futurismo» que aparece en el cierre del libro:
- Los Homo Sapiens están actualmente en proceso de convertirse en «dioses», como resultado de su revolución científica y de la capacidad de crear vida o de superar las fronteras de la atmósfera del propio planeta.
Ahora bien, ¿Qué me atrae fundamentalmente de su lógica expositiva y analítica a pesar de algunas señalamientos que aquí figuran y de otros que seguramente quedaron en el tintero ? La búsqueda de comparaciones, la priorización de lo general sobre lo particular de los procesos, y el no rehuirle a los debates éticos sustanciosos en la parte final. Otra cosa que me parece interesante es su falta de corrección política en el sentido de preocuparse más por explicar la racionalidad económica profunda de comportamientos y prácticas que hoy nos pueden parecer aberrantes, como la esclavitud, antes que quedarse en su mera historización y rechazo ideológico. Es un libro desafiante, que a mi entender, y al margen de su desmesura y de cierto sensacionalismo de base, hace pensar y dispara inquietudes en una dirección similar a la de «Armas, gérmenes y acero», de Jared Diamond.